Portfolio | Pintura
Vidas de papel
La obra de Gárriz nos otorga una certeza: si avanzamos en el recorrido que nos ofrece, llegaremos a ella misma. Su punto de partida es la confianza en su intuición, que le otorga espacio a su manera de abordar una realidad, a la cual no le bastan la imagen, la palabra, los agujeros reales ni simbólicos. Aún siendo pregnantes, éstos sólo funcionan como recursos. En verdad, su obra trasunta la pregunta por el Ser.
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Garriz crea honestamente a partir de su resonar sensible con aquello que se configura como una frontera posible de derrumbe subjetivo: la vulnerabilidad. Lo vulnerable es su materialidad diaria. Aquello equidistante en su posibilidad de ser, o bien, de dejar de existir. En su apuesta humana a la permanencia, Gárriz nos exhibe un andamiaje de recursos entre los cuales se encuentran agujeros equidistantes, dispersos y la palabra comprensible, nunca subordinada. Palabra que hilvana sentidos poéticos de construcción de memoria, acordes con la concepción del arte como campo de acción transformadora. Arte que constituye el registro sensible de esa transformación.
Por eso sus cuadros no son objetos de veneración o de culto sino instancias de revelación, recortes temporales en su trabajo de indagación acerca de la condición humana. Sucede entonces aquello que resulta de ofrecer nuestro corazón al mundo.
Garriz también recoge del contexto la alegría y el humor. Las transparencias del material descubren al aire que disfruta del color y la textura. Produce vacío en el propio soporte; utiliza texturas infinitas y puntos que crecen sobre otros puntos: nos otorga en cada una de sus acciones, el tiempo. De tanto en tanto, interrumpe la contemplación, no permite el letargo: moviliza en el mismo modo en que moviliza lo Real. Elige las palabras que dan cuerpo al concepto, la materialidad.
El lado oculto es la contracara de la poesía: es el trabajo diario en instituciones donde los seres humanos transitan invisibilizados, es la artista construyendo dispositivos subjetivantes allí donde la burocracia invalidó la subjetivación; provocó alienación, el borramiento de toda alteridad. Por eso, al desandar la trama de los sentidos éstos son los mismos; pero lo que aquí nos convoca pertenece al territorio del arte. Lo que cambia, es el tiempo. Hoy es el tiempo de la artista.
Sin pretensión de Bondad, ni de Verdad, pero exhibiendo nada menos que la certeza de existir a partir de un trabajo develador, la pregunta por el Ser declara un tiempo de dar batalla. Acudimos irremediablemente a ese futuro, promete la artista. Nos ofrece, a cambio el arma reveladora de su arte. Hasta aquí, hasta hoy. En este tiempo.
Garriz no posee pretensiones de controlar el mundo sino la condición de ser capaz de abordarlo allí donde le exhiban un escenario de derrumbe cierto, construyendo a partir aquellas que son sus armas: el campo del arte, un espacio que se declara con la vehemencia en un tiempo incierto. La artista interviene su realidad allí donde sucede lo auténtico y la poesía acontece.
La obra de Garriz mantiene una relación incondicional con su calle, con sus Otros, con sus circunstancias. Su poética supone un posicionamiento que asevera que, no sólo el arte, sino todo acto de ternura es político. La batalla a dar es nada menos que la batalla por la vida, por los huesos de los padres, por generar las condiciones de posibilidad de un futuro para los hijos nuestros, para todos los hijos, para aquello que consideramos vulnerable.
Por Gabriela A. Victoria W.
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“Es que el mundo de la infancia es también nuestro mundo, la niñez que fue pero que aún portamos, la drástica visión de las cosas en que nuestro estadío de indefensión aún perdura ante el gesto menos pensado del universo que nos circunda. Nada es solamente infantil o meramente adulto. A la vuelta de la esquina se esconde aquel evento que nos hace sentir niños o que adultamente no podemos resolver, no queremos, o desearíamos que nos solucionaran. No hay relación de exclusión entre la pretendida complejidad resolutiva e intelectual del mayor y la fragilidad de quienes nunca dejaremos de depender interiormente de las figuras que nos cuidaron o descuidaron.
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Una calesita vacía o destruida por el paso del tiempo, viejos pupitres mudos de escuela, la prepotencia de algún maestro descarriado, una piñata injusta que nos dejó sin caramelos y retorna en forma de inequidad social, pelotazos en la cara, muñecas anheladas por siempre que signaron la forma del deseo, autitos detrás de vitrinas, frases sueltas dichas por señores con bigote, imágenes difusas, recuerdos truncos, son formas de lo que siendo antiguo perdurará por siempre”.
Joaquín Areta
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